El emergente paisaje de la integración multisensorial en
el cerebro permanece incompleta en la medida que ignora los
hallazgos de la antropología sensorial referentes a la
modulación cultural de la percepción.David Howes
(Realiza estudios que se dirigen a mostrar cómo la humanidad
se organiza en grupos culturales en función de su sensorialidad,
que a su vez prioriza una o varias modalidades sensoriales)
Efectivamente, allí acudimos este año Patricia Jiménez Gil y Tatiana Guedes, miembros del Taller de Cine Etnográfico de la Universidad de Sevilla, a la celebración de la décima edición RAI Internacional Festival of Ethnographic Film, celebrado en la ciudad de Manchester, bajo un paraguas –nunca mejor dicho, porque no dejó de llover cada cinco minutos- denominado: Beyond Text? Image, Voice, Sound, Object. Synaesthetic and Sensory Practices in Anthropology. El propósito de este marco era difundir los experimentos en etnografía que trabajan con la imagen cinematográfica, en la adopción de técnicas de montaje y metáforas, así como explorar el potencial comunicativo de trabajos que combinan imagen, sonido, objeto y texto, hasta el punto de representar cualidades sensoriales como densidad, profundidad, textura, color y volumen. Así, por ejemplo, a través de una instalación multimedia, “The Castaways Project” se evocaban las playas que los esclavos dejaban atrás en Ghana, a través de juegos de imágenes y sonidos.
Con semejante introducción temática, debo rendirme al encanto de los sentidos y al sugerente mensaje que desde el Festival se emitió, y hacer un breve repaso sensorial a mi encuentro cultural con el Reino Unido. Ninguno de los que conformábamos la “expedición” habíamos ido antes a Londres, Manchester o Liverpool y tengo que admitir que, como turista, caí en todo lo que se esperaba de mí. En muchas ocasiones pregunté directamente a los transeúntes por los sitios más típicos. Busqué en las ciudades las imágenes preexistentes en nuestra mente, como diría John Urry – el impacto de las películas de James Bond-007 y hasta las series cómicas de Benny Hill, entre otras, es tremendo. Busqué directamente: el Big Ben, las Torres de Londres, la Guardia Real, el Thamesis, autobuses y cabinas rojas y cosas por el estilo, sin que faltaran las fotos de lo más típicas también y la compra de postales.
Para empezar con otros sentidos, el oído. Siendo los aeropuertos denominados como no-lugares en la jerga antropológica definida por Marc Augé, esto es, espacios donde difícilmente es posible destacar características culturales del “suelo” que lo alberga y donde confluyen nacionalidades de lo más diversas, lo cierto es que el silencio fue una de las diferencias que de forma más impactante percibí en los aeropuertos ingleses, en contraste al menos con el sevillano, mucho más ruidoso respecto al volumen y cantidad de las voces. Todo parecía tan silencioso en el aeropuerto de Stansted y Liverpool…Pero también en las calles, los vehículos, los viandantes, el metro, los bares y hasta en los pubs - salvo a la salida de los mismos y partir de una hora determinada…-. Quizá la excepción sean otros no-lugares, como los albergues juveniles, donde el ruido hace un poco mayor acto de presencia. Auditivamente, se agradece desde luego que no haya estruendo en las calles procedente de motos u otros vehículos. Y es que tampoco hay mucho tráfico; el transporte público es eficaz y variado.
Los mitos culturales asociados a cada país se desmontan rápidamente en ciudades cosmopolitas como Londres o Manchester, donde de todo hay, siendo probablemente los ingleses de estirpe y rancio abolengo inglés los más escasos, y hasta yo diría difíciles de encontrar, exóticos. Visualmente, destacan hindúes, pakistaníes, africanos, asiáticos en general…más fáciles de detectar por su fisonomía y vestimenta, pero igualmente conviven en estas ciudades fenotipos europeos, latinoamericanos de rasgos centroeuropeos, centroeuropeos de rasgos latinos…una auténtica melting pot, que lo primero que te invita a pensar es que tanta armonía no merece los conatos de atentado terrorista que nos vienen siguiendo los talones durante nuestra estancia, que alteran la paz de todas las gentes que allí viven y que valientemente siguen su vida normal.
¿Que los ingleses no cenan tan tarde como los españoles? Pues depende. En el Soho la gente cenaba a cualquier hora, los restaurantes llenos a las 10 de la noche, por poner un ejemplo. ¿Que el carácter de sus habitantes es más frío y distante por un clima que invita al recogimiento? Para nada, sobre todo en Manchester la gente te informa de todo con amabilidad y simpatía, tiene ganas de salir a divertirse a tope, con lluvia o sin ella, lo cual le añade más mérito aun… ¿Que hay poca higiene? No sé, la verdad…las calles están impecables, pocas o ningunas colillas de tabaco por el suelo y teniendo en cuenta la humedad que todo lo envuelve, los espacios, los baños, y todo en general, aparece bastante cuidado y se limpia regularmente. No huele mal. Otra cosa, la sacrosanta puntualidad. Los autobuses salen y llegan tarde si hay atascos, como en todos lados. Continuando con el análisis visual, no sé tampoco dónde se meten en este país los niños, los perros y los gatos. El recurso fotográfico, videográfico y todo tipo de pantallas en los bares y pubs de Manchester es muy utilizado; parecen esta ciudad representar a la sociedad eminentemente visual en que vivimos, donde la importancia de la imagen preconiza su imperio. Abundan las cristaleras y amplios espacios interiores, con objeto de capturar tanto la luz como el espacio mismo en el que desenvolverse cotidianamente y relacionarse, a pesar de la casi omnipresente lluvia. Los semáforos son enormes y no se ven muchas bicicletas ni carriles-bici excesivamente amplios.
El gusto. Los sándwiches no me saben a nada, aunque sean de fuertes sabores como el bacon, parece como si les faltara sal…salvo que entres en restaurantes de comida asiática y le añadas fuerza a la cosa. Hay gran variedad gastronómica representada en las calles, pero también llega un momento que cansa un poco comer hindú, italiano, chino o thai, por no hablar de pequeños sándwiches mencionados. Y cuando quieres comer comida inglesa, ellos mismos te recomiendan que no lo hagas. Intentando ser culturalmente “polite”, yo respondo que los dulces y chocolates son una maravilla, sin mentir en absoluto.
Como museo de la vanidad humana y el imperio de la exquisitez y el lujo, así como deleite del paladar y la vista, merece la pena una visita a Harrod´s. Impresiona el despliegue de glamour allí expuesto y pienso que es un lugar de peregrinaje turístico más, lo cual es perfectamente comprensible.
No es que se coma mal…Es que no me daba tiempo de ver todos los documentales...
El tacto. Recuerdo mis pies con el agua hasta el tobillo en el plato de ducha que se atascaba del albergue en Manchester, pero también el suave tacto de las sábanas limpias de algodón del bueno.
A modo también de comentario sobre la impronta visual, esperaba encontrarme en Manchester el típico campus universitario inglés, con estudiantes tumbados en el césped, pero ni el tiempo lo permitía, ni los jardines son tan amplios como se da a entender en los folletos de los cursos de inglés. Los edificios universitarios pueden estar tan juntos y tan en obras como en Sevilla pueden estar la Facultad de Económicas, el Anexo de Empresariales y la Facultad de Psicología. Muchos folletos y películas he visto yo de los colleges ingleses y ahora pasa lo que pasa. Eso si, los edificios están muy bien dotados con salas de proyecciones y todos los medios tecnológicos de última generación.
Respecto a las películas, hubo diversidad. Salvando las exigencias técnicas y cinematográficas, que realmente es lo que menos nos importa a los/as antropólogos/as que utilizan el cine como herramienta - aunque hay también quien dice que la calidad técnica no está de más - muchos de los documentos visuales no parecían, por lo general, excesivamente exigentes en este aspecto.
Es fantástico que los estudiantes que realizan sus obras en el Granada Centre of Visual Anthropology tienen un foro donde exponer sus obras, que luego pueden vender con el sello del prestigioso centro. Lo cual enlaza con otra cosa. Vivir de la Antropología es posible y además no hay por qué avergonzarse de ello. Esta cuestión es también cultural, por supuesto. El mercado se lleva con estilo allí. Libros, documentales…todo son facilidades para adquirir una obra sin el más mínimo complejo. Se produce conocimiento y se vende a quien quiera comprar. Se promocionan obras, empresas relacionadas con la Antropología Visual…No hay más vueltas. Museos y Antropología son también un matrimonio feliz. Se ubican físicamente cerca de los centros de producción de conocimiento antropológico y de sus aplicaciones, como el caso de los sentidos, abriendo nuevas posibilidades para exposiciones e instalaciones en las que representar culturas.
La cuestión es que allí llegamos con nuestro proyecto de Taller de Cine Etnográfico, presas de una sociedad que entendemos impregnada en el protagonismo de lo visual, como es la nuestra y en general la occidental – aunque a niveles académicos habría que decir que continua sometida al imperio de la monografía escrita –, para constatar que la imagen en movimiento es sólo una forma más de representar o entender la cultura de los pueblos, no la única, ni siquiera la más importante en según de qué cultura estemos hablando.
Creía ir a Manchester a parlamentar sobre el cine etnográfico, a escuchar los clásicos debates - no sabría decir si superados o abandonados - de antaño sobre ficción y realidad, subjetividad y objetividad, o sobre qué es y qué no es cine etnográfico. Iba al denominado RAI Internacional Festival of Ethnographic Film y me encontré con un festival de la Antropología Sensorial o, también podría decir, Representacional. Se hablaba allí también de fotografía - imagen estática - y de museos.
Verdaderamente, el hilo conductor eran las nuevas posibilidades para exponer el conocimiento antropológico dentro del campo sensorial, muy útil para ámbitos como el museístico, en el que cada vez más se persigue más la experiencia vivencial y contextualizada por parte de los visitantes de aquello que se quiere representar, dentro de las posibilidades que abren también las nuevas tecnologías, entendiendo que vista, el oído, tacto, gusto y olfato no sólo son medios de captar los fenómenos físicos, sino también vías de transmisión de valores culturales.
En ocasiones, sentí que los discursos se perdían un poco por derroteros situados en los límites del arte conceptual vanguardista-reflexivo o de la psicología de la percepción, por ejemplo. Pero en general, entendiendo la percepción sensorial como un acto mediado culturalmente, todo aquello empezaba a cobrar sentido, nunca mejor dicho. Quizá sea este interés por la experimentación en la percepción, por la relación entre producto y público, una manifestación más la corriente en la antropología occidental heredada de la revolución postmoderna finisecular, que ya situara el foco de atención en el análisis de la recepción por parte del lector de un texto visual determinado.
Llegada a este punto y esta forma de entender la imagen como una parte más en sincronía o no con otros sentidos en la representación cultural, me llegué a plantear dónde estaba exactamente nuestro Taller en este escenario y cuál debía ser su corpus de interés. ¿Incluiríamos la fotografía etnográfica en el Taller de Cine Etnográfico?, ¿o la forma en que el sonido en sí mismo “habla” con las imágenes?, ¿o la relación de éstas con otros sentidos o independientemente de la imagen en movimiento?. Quizá presa de vértigo, convenciones y tradición histórica en Antropología Visual, creo que por ahora seguiremos ubicados en el cine etnográfico, puesto que de otra manera tendríamos, en primer lugar, que cambiar el nombre del Taller, denominándolo Taller de Antropología Visual, Sensorial o de la Representación o algo similar.
De todas formas, seguiremos de cerca las interacciones de los sentidos con la imagen en la conformación cultural. No se puede negar que los cinco sentidos combinados de diferente manera o el arte mismo, ofrecen distintas posibilidades para comprender, describir o trasmitir conocimiento sobre las culturas, pero tampoco podemos obviar que nuestro campo de interés concreto son las imágenes en movimiento, en particular el cine etnográfico y en especial aquél con el que se documenta un proceso de investigación o que constituye él mismo una investigación y profundiza en ello, en el proceso, además de en lo que se representa en el filme, el producto.
En cualquier caso, el peso de la tradición del Granada Centre se hizo notar respecto al cine etnográfico y las proyecciones de documentos etnográficos visuales aparecían en su mayor parte acompañadas de cine o proyección de fotografías, haciendo alusión al sonido o al tacto en combinación con ellas o en relación a ellas, en la mayor parte de los casos, de forma casi siempre subsidiaria a la información visual en movimiento.
También las explicaciones y aclaraciones verbales de los realizadores de las obras resultaron ser, paradójicamente, importantes vehículos de comunicación para una correcta interpretación de lo que el/la autor/a quería transmitir, ante la ambigüedad de algunas exposiciones, que se manifestaron insuficientes por sí mismas en este aspecto con el sólo uso de las imágenes y/o el sonido.
Y es que la ficción se puede llevar a extremos de discurso artístico, hasta el punto de no comprender exactamente cual es el mensaje o la información que se quiere transmitir sobre la cultura o comunidad específica, sin recurrir, de nuevo, al uso de la palabra que aclare la interpretación del autor/a. Se entiende que la Antropología trabaja con las culturas e intenta avanzar en el conocimiento de cuestiones que le atañen. Trata de presentar ese conocimiento y transmitirlo al resto de la comunidad científica o a la sociedad misma, de una forma comprensiva, más allá de las posibilidades que ofrece texto escrito, o como complemento de este. Pienso en Sol Worth para quien un filme no puede denominarse etnográfico en sí mismo, sino en la medida que responde a unas intenciones y según cómo se utilice. Y también me acuerdo de Jack R. Rollwagen quien criticaba la aproximación al cine etnográfico desde una posición puramente cinematográfica – o también podríamos decir artística – haciendo una llamada de atención sobre el riesgo de confundir disciplina antropológica y objeto de estudio.
En mi caso, por ejemplo, presenta interés el discurso mismo implícito en las producciones de cine etnográfico occidental, o habría que decir “coproducciones”, parcialmente en el sentido que lo mencionara ya David MacDougall – presente en el Festival pero a quien no vi el momento de acercarme, muy solicitado como es normal –, uno de los primeros en entender la producción etnográfica como un encuentro entre culturas y una colaboración entre sujetos filmados y realizador. ¿Es esta relación un nuevo colonialismo?. Acercarnos a otros pueblos, bien dotados de recursos, medios y conocimientos etnocéntricos, para realizar nuestras “películas”...No puedo dejar de pensar cómo es de asimétrica la relación cultural en las llamadas “coproducciones”, en las que siempre aparece un país occidental vinculado a otro normalmente ubicado en el llamado Tercer o Cuarto Mundo. ¿Con qué autoridad vamos realmente a estos lugares?, ¿cuál es nuestra intención?, ¿en qué medida se ven afectados para bien o para mal estas comunidades con estos procesos fílmicos?, ¿cuáles serían otras formas de colaboración posible y cuál es la que se utiliza finalmente?, ¿qué papel juega cada “parte” de la coproducción?, ¿se reflejan estas cuestiones en la reflexión el análisis del autor?, ¿qué se devuelve a la comunidad?.
Así, retomando a MacDougall y en general entre experimentación personal con los sentidos y autoría autorreflexiva con la temática a culturas y comunidades, echara en falta un mayor análisis en relación al vínculo de la obra con la comunidad misma representada. Por un lado, es fantástico que completemos nuestra obtusa mirada configurada por televisión y cine comercial con otras visiones de las culturas gracias al cine etnográfico, que, pienso además, debiera extenderse al conjunto de la sociedad como terapia antiestereotipo y antiprejuicio, tan necesario en nuestro entorno multicultural y donde cada vez es mayor el número de movimientos de personas y las posibilidades de encuentro cultural. Pero por otra, la coproducción me hace cuestionarme si el poder económico pudiera fomentar un nuevo tipo de expolio, obteniendo historias que contar a un primer mundo aun ávido de exotismo, que busca ahora casi con más interés que antes lo puro, alternativo y/o diferente en un mundo que pierde variedad identitaria frente a la homogeneización cultural, sin ofrecer nada a cambio. Si este mercado está abierto, las historias y la representación de las culturas, ya sea para cine o para turismo, serán valores en alza en dicho mercado. Habría que pensar en la repercusión de las grabaciones en las comunidades escogidas y qué se le devuelve en su justa medida, tanto en términos culturales como económicos.
Es necesario asimismo, una mayor profundización, debate y consenso sobre el proceso seguido en la realización de cine etnográfico, el marco de investigación que abriga la obra, un avance o un mínimo acuerdo o consenso metodológico normativo sobre cómo definir o detectar una obra sensorial de entre obras artísticas o experimentales más propias del arte que de la Antropología, que guíe sobre el uso de los sentidos en la investigación antropológica. He ahí uno de los caballos de batalla que continua aun en nuestros días del formato visual o audiovisual en la representación de las culturas y en la presentación de trabajos de investigación antropológica. ¿Sabemos diferenciar realmente entre una obra de interés etnográfico –un documento etnográfico- de una etnografía sensorial?, ¿vale todo?, ¿cuáles son los criterios para saber qué es cada cosa?.
En algún momento llegué a pensar que había algo en aquellas proyecciones que las hacía diferentes. La mayoría de ellas no estaban pensadas para ser vistas por una audiencia general en televisión o para un mercado genérico, sino para una audiencia específica, interesada en el estudio de las culturas, en la antropología visual o en la antropología en general.
Pero, como dije antes, el peso del cine etnográfico en el Festival, hizo que no quedara privada en absoluto de visionar documentos visuales de cine etnográfico, que luego irían a concurso. La forma maratoniana en que esto hice, me recordó la capacidad limitada que tiene nuestra mente para captar hasta cierto punto tal cantidad de información visual, combinada con sonido. Más de cuatro documentales seguidos, en otros idiomas, suponía un agotamiento psicofísico considerable. Pero esto...¿forma parte del objeto de estudio de disciplinas como la Psicología o la Medicina?. Bueno, visionar documentales etnográficos es en cierto modo un encuentro cultural audiovisual que genera unas reacciones inevitablemente mediadas y determinadas por la cultura.
De los filmes que pude ver, me causaron buena impresión “Transfiction”, (realizada por Johanes Sjöberg (2007, Reino Unido/Brasil), cuya copia compramos por 9,99 libras, puesto que las de profesionales incluidas en el catálogo del Granada Centre ascendían a 50 libras. Otros documentos vistos fueron “The Quest of Sound”, de Laetitia Merli (2005, Francia/Mongolia), “Teshumara. Guitars of Tuareg Rebellion” (2006, Francia/Chad) y “The Agouti´s Peanut” (2005, Brasil), de Paturi Panará y Komoi Panará. En Transfiction el autor utiliza no sólo la ficción, sino la etnoficción como género de cine experimental etnográfico creado por Jean Rouch, para que a través de actuaciones improvisadas, dos transexuales describan la discriminación que sufren por su condición sexual en Sao Paulo.
“The Quest of Sound”, me impactó por varios motivos. Trata de una antropóloga francesa que tiene conocimiento de la historia de otra paisana parisina, la cual intenta aprender todo lo que tiene que saber para ser chamán y poder ponerlo en práctica en París. La parisina adquiere todos los utensilios y el entrenamiento necesario impartido por chamanes de Amazonia y Mongolia, para luego “trasladar” sus conocimientos y ponerlos en práctica en la gran urbe. No deja de sorprender este traslado cultural, del lugar donde se produce y reproducen los rituales a una gran ciudad cosmopolita como París, así como el proceso de aprendizaje en unos meses por parte de una occidental urbanita, que en ningún momento pierde su condición como tal. Por otro lado, Laetitia, la realizadora respondió a preguntas del público relacionado con las implicaciones mercantiles que, obviamente, existían al ser la parisina la que compraba los atuendos necesarios y regalaba cosas a la familia que le acogía. El tabaco está siempre presente entre la chamán y la protagonista; la antropóloga afirma que la familia se ha enriquecido y hasta comprado un coche por su fama para acoger turistas…En “Teshumara. Les guitares de la rebellion touareg”, de Jérémie Reichenbach, me sorprende el impacto de ídolos musicales y músicas occidentales más allá de las fronteras, influenciando estilos autóctonos y generando estilos híbridos nuevos. A modo de juglares, un grupo de músicos unen ritmos y melodías tradicionales al sonido de la guitarra eléctrica en medio del desierto, para servir como transmisores de la revolución tuareg en defensa de su pueblo. En 1963, apenas después de la independencia de Mali, la población Tuareg se levantó contra el nuevo gobierno y hubo éxodo hacia Argelia y Libia, lo cual aparece transmitido en las canciones. Llama la atención el peinado a lo afro del cantante principal y su parecido en la puesta en escena, actitud y carisma con otros ídolos musicales que han hecho historia, así como la presencia de las flamantes guitarras eléctricas en el árido clima. En la última película “The Agouti´s Peanut”, destaca que esté realizada por los propios Panará y sea su lengua una de las que aparecen como idioma a escoger en el DVD, con lo que también se puede saber algo sobre el mismo, relacionando esta idea con el medio de comunicación como medio de acción cultural, agente activador de sinergias, y su influencia en la generación, rescate o mantenimiento de la identidad de un pueblo. En este caso se retratan escenas de la vida cotidiana del pueblo Panará. Sin embargo, me choca que se ofrece el filme con un cierto alarde de informalidad y complicidad conseguida con la comunidad, aunque se detecta claramente cierta sobreactuación y deseo de protagonismo de algunos miembros del poblado de forma inevitable, lo cual no le quita valor al documento.
Sin duda, el encuentro con la “familia” internacional del cine etnográfico fue de las mejores experiencias obtenidas en el Festival. Lástima que empezáramos a conocernos mejor todos/as los allí presentes cuando ya nos teníamos que ir y cuando nuestro inglés empezaba a ser verdaderamente fluido. Agradecer a Peter I. Crawford, a Rolf Husmann y su esposa Gabi, a Pedram Khosronejad y a Angela en especial su cálida acogida y a otros/as su acercamiento. Peter I. Crawford me comentaba su proyecto para organizar los festivales de cine etnográfico en Europa, dentro del grupo de trabajo de Visual Anthropology Network (VANEASA; EASA, European Association of Social Anthropologists) y de su deseo de extender las proyecciones a otras latitudes, más allá de las sedes de los propios festivales.
Con Peter I. Crawford
La poca presencia española y peninsular en general, de asistentes, productores o ponentes, me recordó la pregunta que ya se hiciera la Dra. Elisenda Ardèvol: ¿Dónde está el cine etnográfico en España?. No así ocurrió con la presencia brasileña, que, independientemente de su mayor tamaño como país, cuenta también con rica tradición en la realización de cine etnográfico e interesantes experiencias por ejemplo con el cine indígena. Precisamente, tenemos que agradecer la donación a nuestro Taller de las obras “Ritual da Vida”, de Edgar Teodoro da Cunha, “María Lacerda de Moura. Trajetória de uma rebelde”, de Ana Lúcia Ferraz y Miriam L. Moreira Leite y “No Canto dos Olhos” de Andréa Balbosa, por parte del Laboratorio de Imagen e Som em Antropología, en Sao Paulo (Brasil).
Al final, volví más madura personal y académicamente, casi con más preguntas que respuestas, lo cual es fantástico porque significa que quedan descubrimientos por hacer y con los que crecer. Igual que ocurre con la disciplina misma de Antropología Visual. Espero con dudas y certezas, enriquecer el Taller y avanzar en nuevos retos que ya venía poniendo en pie en el mismo avión. Desde luego, quisiera asistir a este tipo de eventos más adelante que implican a veces necesariamente desplazamientos a otros países, lo cual no considero ningún lujo para estudiantes o investigadores/as, sino toda una necesidad si queremos participar de la dinámica mundial en la que participan otros muchos países, haciendo crecer el conocimiento con el fructífero intercambio de experiencias.
Patricia Jiménez Gil